Es indudable que las tecnologías de la información y la comunicación se han vuelto, me atrevo a decir, parte indispensable de nuestras vidas.  Sin embargo, la experiencia es diferentente para cada generación. Si pensamos en nuestros padres, ellos crecieron con esquema basado en la palabra escrita u oral y los estímulos eran contados. Luego llegamos nosotros, la generación a la que llamo de transición, que nos tocó convivir con las primeras computadoras de escritorio y con sus típicos monitores monocromáticos y su salto con Bill Gates y sus «Windows». Por último están nuestros alumnos e hijos que, como dijera una tía mía, ya nacieron con el chip integrado.

Ahora me explico porqué mis alumnos tienden más no estarse quietos en clase, a moverse, a mantenerse pegados a sus balck berry’s o al facebook y lidian con un maestro que le encanta echar rollo o que les exige que se queden callados para escuchar la cátedra del magister.

Por ello me anime a entrarle a esta cuestión de la tecnología. Creo que si esta al alcance en lugar de prohibirla, limitarla o restringirla es mejor conocerla y sacarle provecho para enseñar mejor y que los chavos y las chavas  aprendan mejor.

En ese sentido, quienes nos dedicamos a la enseñanza de la historia tenemos la oportunidad de involucrarnos en estos medios, disfrutarlos y explotar sus potencialidades. De por sí el campo en la enseñanza de la historia es vasto y se amplía más con todos estos recursos. Ya no podemos evitar la responsabilidad de conocerlas y utilizarlas en el salón de clases. Son recursos que tienen muchas ventajas; en  la medida en que las integremos a nuestra dinámica didáctica, pero esta integración debe de hacerse de forma reflexiva y crítica por lo que deseo que este blog sea también un espacio para el debate y el diálogo.

Pues, bien, empecemos y que la «fuerza nos acompañe»